Domingo de tarde en Montevideo.
15:00 horas.
Todo estaba pronto. El caballo del comisario entraba en acción. Roberto y María estaban sentados al solcito (por el frío vio?) con insoportable olor a naftalina en su ropa de colores que no pegan ni con moco, preguntando por un tal José Luis Félix que hace rato que no está y comentando lo cambiado que estaba todo. Es que la manija venía de hace semanas: este pingo hace mucho pero mucho que no figura, es hora de que empecemos a levantarlo de entre los muertos dijeron Jules Rivers, Jay C y tantos otros adictos al team del sheriff que no se cansaron de hablar maravillas del purasangre en cuanto micrófono se les pusiera enfrente.
16.00 horas.
El plan ideado por los cerebros del sistema llega a su momento cumbre: entra Peñarol a la cancha.
Ahí estaba Castillo, un arquero que según la prensa imparcial opaca a Rodolfo, Anibal Paz y Manga juntos.
Ahí estaban Olveira y Marcelo Méndez, una pareja de centrales que en opinión de los que saben es diez veces mejor que cualquiera que jamás hayan integrado Nasazzi o el Hugo.
Ahí estaban Pouso y Maxi Arias, cincos como pocos y, de acuerdo con los expertos, física y anímicamente superiores al Peta Ubiña en un 87,3%.
Ahí estaba el Mago Capria, un diez traído de la Argentina que casi deja afuera a Maradona del Mundial 86 y que lamentablemente no puede nacionalizarse uruguayo, porque si pudiera éramos tricampeones del mundo en cuatro años.
Ahí estaba Delorte, compatriota de Capria que juega de nueve y al que varias versiones periodísticas le indican haber rechazado una millonaria oferta del Chelsea inglés para ser parte del equipo del poder.
Ahí estaba Gregorio Elso Pérez, responsable del mejor fútbol que jamás se haya visto en el mundo, estratega inigualable, ganador por antonomasia que sonó fuerte para dirigir al Real Madrid en lugar de Capello.
Nada podía fallar. Ningún detalle había quedado librado al azar: los monos del circo cumplirían brillantemente su papel, los dueños repartirían las ganancias y las maleables masas de espectadores volverían a sus hogares contentas, como en los tiempos del otro Gregorio y su potrillo goleador.
Sin embargo, la fiesta-negocio-fantochada se arruinó. Un caballo habitualmente genuflexo, servil al comisario como pocos, extrañamente se retobó y en la recta final le sacó una cabeza al favorito y mandó todo al carajo. Nada pudo hacer el tercer testículo que misteriosamente le crece a todo aquel que se calce la casaca del oficialismo. Ni San Pedro del Gol Cardoso, gran promesa del fútbol uruguayo y confeso fanático del cuadro del establishment, pudo impedir el final que nadie esperaba: Desertor Sporting le ganó 1 a 0 a Peñarol
Para la fecha que viene, todo volverá a la normalidad. El comisario peleándose con todo el mundo por la radio, Robert y María en casa mirando los capítulos de las novelas que sus hijos les grabaron entre semana, los parodistas deportivos justificando lo injustificable, Castillo incapaz de atajar una pelota por estar todo el día acomodándose la vincha, Olveira y Méndez cagando a patadas a todo lo que se mueve, Pouso y Maxi Arias apostando a quién de los dos expulsan primero, Capria queriéndose cortar el tercer huevo, Delorte errando goles cantados y Gregorio Elso nuevamente con "el pelotazo".
Gracias abuelos por haberme hecho hincha de Nacional.