La debacle de Mario Alberto
Desde que lo vi en el programa Fuera de Juego de ESPN (con Luis Omar Tapia, Randall Alvarez y Eduardo Biscayart, que saben tanto de fútbol como Kesman, Muñoz y Goñi de béisbol) y en las transmisiones de la Liga Española, una pregunta se instaló en mi cabeza, sin respuesta hasta el día de hoy: ¿qué carajo le pasó a Mario Alberto Kempes?
Desde chico escuché las historias de este goleador empedernido, delantero con el arco entre ceja y ceja, ariete implacable, de furibundos cabezazos e inatajables remates, triunfador en Rosario Central y River Plate en su Argentina natal, en el Valencia de España y en la selección de su país.
Quienes me inculcaron conocimientos futboleros en la infancia no se cansaban de señalar a este número nueve como el jugador que logró lo imposible: sacar a Argentina campeón del mundo. Es que nuestros hermanos del otro lado del charco, aunque parezca mentira, no habían ganado nada a nivel mundial, hasta el año 1978: Tuvieron que esperar diez Copas, cuarenta y ocho larguísimos años, para poder festejar. Y lo hicieron de la mano de Kempes, que con sus goles a Holanda en la final obtuvo el trofeo para la celeste y blanca (más allá de la dictadura de Vidella, el 6 a 0 a Perú y todos los aspectos espúrios que posibilitaron aquella consagración).
Ya con más años (llegada de la TV cable mediante), vi el video de la final y comprobé con mis propios ojos lo que me habían contado. En un Monumental repleto, con el partido 1 a 1 y en el alargue, El Matador sepultó los fantasmas y, cual héroe mitológico invencible que acababa de descender de lo más alto del Olimpo con la fuerza que solo los Dioses poseen, anotó el segundo gol. Luego, Bertoni marcaría el tercero, desatando el delirio en las tribunas, en el Obelisco y en todo un país.
Desde aquel día, la leyenda de Kempes no paró de crecer. Todos los niños argentinos soñaban con ser como él. Todos los padres le ponían Mario Alberto a sus hijos. Todas las madres querían a un Kempes de novio para sus hijas. Todas las radios le hacían entrevistas. Todas las revistas los tenían en su tapa. Todos pensaban que su estrella brillaría hasta la eternidad, pero en 1986 fue opacada por la de Diego Armando Maradona, hasta que un día se apagó.
Ahí estuvo el punto de inflexión. Ahí estuvo el antes y el después. Ahí está la explicación del momento actual del Matador, quien una vez perdido su sitial en el pedestal de los ídolos se vio afectado. Muy afectado. Los más osados dicen que estuvo dos décadas mirando los compactos del Mundial del 78, encerrado en su cuarto, en una soledad agobiante, firmándose autográfos a sí mismo. Hay quienes afirman haberlo visto en la noche rosarina vociferando que el Mundial 86 lo ganó Inglaterra, por anulación del gol con la mano. Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que para el momento en que lo fueron a buscar de ESPN, apenas quedaban vestigios del otrora omnipotente jugador. Kempes lo había perdido todo: hasta el habla.
Para muestra basta un botón: Hoy de mañana, mientras Maradona era alabado en TN por ser uno de los hombres del año que está terminando, Kempes, a pocos canales de distancia, le comentaba al hombre que tiene más amigos que Roberto Carlos y el Toto Da Silveira juntos (es en serio), Quique Wolff, que iba a ser técnico de Panamá, que ya tenía todo arreglado con la Federación PANAMANA de fútbol.
Esa aberrante versión de la palabra "panameña" es la que rescató de mi memoria la pregunta motivo de este post. La teoría que acabo de esbozar, si bien es creíble, no me termina de convencer. Creo que nada lo hará. Moriré preguntándome: ¿qué carajo te pasó, Kempes?