Todo el mundo busca ser algo mas, casi nadie quiere la soledad
Vivimos tiempos en los que todo el mundo quiere ser famoso. Aparecer, estar. Que te vean. Esa desesperación por mostrarlo todo hace que se banalice lo que se quiere mostrar. Es difícil distinguir. Es difícil saber si es causa, consecuencia o dos caras de una misma moneda. No importa de qué se trate, importa que tenga exposición. Todo se termina igualando. Comiendo un refuerzo de salame, primer día en el laburo, el nene dijo "papá". Es más o menos lo mismo. Figurar. Ese es el norte de las vidas: la desesperación por el reconocimiento. Versión siglo XXI de la lógica maquiavélica del fin justificando a los medios, hoy el fin se saltea a los medios. Lo que históricamente fue la consecuencia no deseada de ser bueno en algo hoy es la quimera por la que cualquier sacrificio vale la pena.
Resulta curioso que aquello que los famosos por algo detestan, los aspirantes a famosos por nada lo eleven a la calidad de valor supremo que rige las existencias. Cualquier pulsión o pensamiento distinto de la difusión por la difusión en sí misma se termina subordinando a ese principio general, a esa verdad absoluta, siéndole funcional. La gente ya no se va de viaje para disfrutar el viaje, se va de viaje para subir las fotos a Facebook. Mientras los artistas cambiarían todo por volver a los bares a brindarse a su público sin que les saquen la ficha, hay millones de personas que cambiarían todo por una nota de Canal 10 como transeunte en la Plaza del Entrevero.
Y dale nomás, dale que va, si allá en el horno nos vamo a encontrar. El privilegio del anonimato que tanto añoran quienes trascienden por su talento es la pesadilla que cargan como cruz los carlitos que sueñan con que les griten por la calle. Increíble pero cierto. Y ya hace un tiempo que pasa esto. Tan es así que no se vende la dignidad por el destaque de los fuera de serie sino que se busca con la nada misma "llegar" a tener la pantalla que tienen otros que "llegaron" con la nada misma. Hay una subversión y no es la de los 60. Vale todo y no vale nada. Es un bicho raro el que no lo entiende. Televisar la cotidianeidad se va imponiendo como norma. Fui. Vine. Estoy. A nadie le importa mucho por qué fuiste, por qué viniste, por qué estás. Para ser claros: a nadie le importa nada.
Los actores que huyen despavoridos cuando ven una cámara empiezan a ser sustituidos por los mediáticos que salen corriendo para tirársele encima cuando ven una cámara. Y pasa en todos los niveles.
Imposible no pensar, lamentándose, por qué los Mark David Chapman pintaban antes y no ahora.